martes, 13 de diciembre de 2011

Podrías decirme que esto te esta matando, igual que me esta matando a mi.




Venga hagámoslo rápido. Que más dará un segundo más que uno menos dirás. Morir joven que dentro de unos años. Venga ya. ¿Finales felices? Já. Estúpidos idiotas creyentes de historias Disney, ojala los metan en una nevera como a su supuesto creador. A lo que íbamos. ¿Acabamos de una vez o qué? ¿Sientes ese repiqueteo en tu cabeza? Cobarde. Cobarde. Cobarde. Cobarde. Cobarde. Cobarde. Cobarde. Cobarde. No tienes valor suficiente y nunca lo tendrás. Tic tac, aquí seguimos con lo mismo. Joder, ¿tanto te cuesta?
Sólo tienes que apretar un poco y...
¡BANG!

Nuestros corazones están unidos.

Sueña. Ríe. Se inmensamente feliz.
Este contigo hoy, o este contigo mañana.
Tocate el pecho, pon la mano ahí en el lado izquierdo.
¿Lo oyes? Soy yo, te estoy diciendo con un simple -pum,pum- que te amo más que a nada.

El amor no responde a razones.

Creces, experimentas, aprendes, crees saber cómo funcionan las cosas, estas convencido de haber encontrado la clave que te permitirá entender y enfrentarte a todo. Pero después, cuando menos te lo esperas, cuando el equilibrio parece perfecto, cuando crees haber dado con todas las respuestas o, al menos, con la mayor parte de ellas, surge una nueva adivinanza. Y no sabes qué responder. Te pilla por sorpresa.
Lo único que consigues entender es que el amor no te pertenece, que es ese mágico momento en que dos personas deciden a la vez vivir, saborear a fondo las cosas, soñando, cantando en el alma, sientiéndose ligeras y únicas. Sin posibilidad de razonar demasiado. Hasta que ambas lo deseen. Hasta que una de las dos se marche. Y no habrá manera, hechos o palabras que puedan hacer entrar en razón al otro. Porque el amor no responde a razones.